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Adolfina Mejia
marzo 08, 2023
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Por: Emiliano Reyes Espejo
ere.prensa@gmail.com
La vida del joven ingeniero Joselo Pérez resultó ser un amasijo de buena suerte, buenos contactos, riquezas y derroches, mezclada con un brumario de caídas, rechazos, aislamientos, desprecio y abandono por parte de seres muy cercanos. Un muchacho de comienzo humilde e hijo de madre soltera. Tenía otros tres hermanos. Pero cimentado en su inteligencia y avasallante tesón, se graduó de ingeniero civil, colmando este anhelado motivo de alegría de la familia y de sus amistades. Terminó muy joven su carrera profesional, con un perfil excelente y menciones que lo proyectaron de inmediato como un gran profesional de la ingeniería.
Al incursionar en el campo laboral tuvo la dicha de ser contratado para realizar obras millonarias, especialmente para el gobierno, las cuales comenzaron a producirle grandes fortunas.
La impronta que llegó con la nueva situación permitió a éste obtener cuantiosas sumas de dinero. De repente comenzó a atesorar fortunas que nunca soñó ni previó en el horizonte de su vida profesional. Y como ocurre en estos casos, Joselo comenzó a cambiar su patrón de comportamiento. Se lanzó-como se dice comúnmente-a vivir “la vida loca”, con esa buena racha llegó el desenfreno, el alcohol, las mujeres y las extravagancias en el gasto. Se acercaron amigos y amigas que apenas conoció durante sus estudios, pero todos con un solo norte, ayudarlo “a gastar el dinero” que había logrado de los suntuosos contratos.
Pasó el tiempo y Joselo continuó las construcciones de obras y con ellas, como era obvio, más fortunas. Pero esta vez los montos no subían a los niveles que alcanzó al principio, comenzaron a surgir contratos de construcciones de menos valor ubicadas en lugares que les obligaban a realizar mayores gastos y reducir los beneficios.
No obstante, este joven profesional continuó su ritmo de gastos innecesarios, se había acostumbrado al boato. Creyó que había obtenido “una botija milagrosa”, una fuente inagotable de recursos donde siempre solo tenía que ir a buscar. No se preocupó nunca por ahorrar y crear un capital de sustento para “los tiempos de las vacas flacas”.
Los niveles de bonanzas no permiten a éste detenerse a pensar que las cosas podrán cambiar, que llegaron tiempos menos lucrativos y que tenía que prepararse para enfrentar una potencial nueva situación. Por su mente no pasó la necesidad indispensable de crear un “buen colchón de ahorros” de capitales que amortizan realidades no previstas.
Los asiduos parroquianos de negocios nocturnos de bebidas alcohólicas de la ciudad ansiaban su llegada.
-“Ingeniero Joselo ¿dónde es la parranda esta noche?”, era expresión inmancable de sus nuevos amigos. –“Me doy por invitado, usted es un hombre generoso, amigo de los amigos, y yo sé que no se olvidará de mí, eso espero”, decían.
El joven profesional se henchía de emoción ante estos “halagos”. Sentía que todas estas parafernalias a su persona eran de “buen corazón”, fruto del aprecio que se había ganado entre sus allegados.
La familia, en tanto, estuvo cada vez más lejana. Éste apenas visitaba a su madre y hermanos por breves tiempos. Siempre andaba de prisa. Dejaba unos cuantos pesos en manos de la madre para que se sostenga, lo cual hacía en presencia de sus hermanos para mostrar cuán desprendido era con su progenitora.
Se ufanó con los vecinos de la ayuda que daba a su madre, la cual no pasó nunca de unos cuantos pesos que apenas servían para comprar algunas medicinas. Las críticas a éste brotaban en el círculo familiar que mostraba su asombro por la transformación que éste había experimentado como ente social.
Cuando Joselo visitaba la casa materna, los hermanos permanecían de pie para observar su accionar, veían como éste apenas permanecía un rato en la sala y no entraba –como habitualmente lo hacía antes-al que era su dormitorio, donde permanecían sus viejos libros de secundarias y materiales que usó en sus estudios de ingeniería. Todo el ritual que solía hacer cuando llegaba a su casa materna antes de lograr su boom económico se olvidó, quedó atrás. Su hermana Crecencia, extasiada, lo miraba detenidamente. Observaba como éste en tan corto tiempo se había desarraigado del núcleo familiar y aunque se reprimía, imperceptibles lágrimas asomaban a sus ojos, las cuales luchaba con ahínco para guardarlas en su corazón.
Increíble cómo pasa el tiempo. Las obras eran cada vez más escasas. La situación comenzó a empeorar cuando se registró un cambio de gobierno y Joselo quedó endeudado y con construcciones a medio realizar. Comenzó a quitarse de bienes para pagar compromisos con los negocios, ferreterías y servicios contraídos.
Las cosas iban de mal en peor, continuaba empeorando. Aquellas bonanzas que se asomaban a veces hasta sin buscarlas, desaparecieron. Los amigos se fueron alejando cada vez más y él con sus habilidades e inteligencia sorteaba las situaciones que se les iban presentando.
Llegó el momento en que apenas retenía la casa donde vivía él solo, porque aquella hermosa mujer que hizo su esposa, y que había conocido en una noche de juergas -y con la que tuvo dos hijos-, se separó de él, se marchó y lo dejó en la casa donde apenas le atendía una trabajadora doméstica.
Se enteró tiempo después que aquel que era el “amor de su vida” y del que esperó todo, y con quien juró se mantendría unido “hasta que la muerte los separe”, se casó de nuevo, esta vez con uno de sus mejores amigos de aquella época de romances y abundancia.
Para remachar con punzante dolor que le comenzó a lacerar, recibió la infausta noticia, de parte de su propia ex esposa, que uno de sus hijos, el que él más amaba, no era suyo. Su propia ex cónyuge le reveló que lo sentía mucho, pero que ese niño ella lo había procreado con su amigo Vicente, que ya era su nuevo consorte. Dijo que lo tuvo durante una de las muchas bebentinas que realizaban juntos y en las que él a veces se emborrachaba hasta perder el sentido.
Joselo gozó de mucha popularidad entre los contertulios del “Bar de Manuela”. Ocurre que cuando llegaba al lugar anunciaba que él pagaba las cuentas contraídas por todos los citadinos que estuvieran allí en ese momento libando licor sin importar el monto de la cuenta. Estruendosos aplausos se escuchaban de inmediato entre los presentes, acompañados de uno y otro grito de: -¡Viva Joselo! ¡Viva Joselo!”. –“Ese muchacho debe ser candidato a la Presidencia, saldría un buen presidente…”, comentó en una ocasión un asiduo borrachín del lugar.
El tiempo pasó veloz en el discurrir de la joven vida que Joselo llevó a grado extremo. Apenas percibía el fluir del fenómeno natural de tiempo y espacio. Se convirtió en un hombre solitario, -sin la compañía de su grupo de “amigos”-. La mayor parte de su tiempo permanecía en la tranquilidad de su amplia y confortable casa, acompañado de su otrora ostentosa “yipeta”, los únicos bienes que dejó su ex esposa en el proceso de separación. Tenía tiempo de meditar, mientras esperaba que llegaran otra vez los contratos suntuosos que antes disfrutaba, pero él no pensaba que eso ya no era posible porque “otros ingenieros ocuparon su lugar”.
Llegó el momento en que para movilizarse en la ciudad con su vehículo, tenía que pensarlo dos veces debido al alto consumo de combustibles, optaba entonces -la mayoría de las veces- por desplazarse en “carros del concho” o en taxis.
Habían llegado -sin esperarlos- tiempos difíciles. ¿Qué hacer? Por la mente de Joselo comenzaron a pasar todo tipo de pensamientos, incluso fatales. Sentía que algo lo empujaba a tomar decisiones que luego él o sus familiares lamentaron. Pero resistió y se entregó a una larga espera con la esperanza de que lleguen otros tiempos mejores.
En una oportunidad éste se enteró del regreso al país de su viejo amigo Rosendo, a quien él precisamente ayudó a viajar a Estados Unidos utilizando su acervo económico. Se puso muy contento porque le dijeron que éste se reuniría con sus antiguas amistades en el Bar de Manuela donde solían encontrarse. Aunque no recibió una invitación formal, Joselo apareció en el lugar en un taxi. Al verlo llegar, el propio Rosendo pagó la cuenta y pidió a los contertulios retirarse a otro lugar para evitar compartir con Joselo. La noticia de su descalabro económico había llegado hasta Nueva York y allá los que eran sus amistades cercanas comenzaron a alejarse y a limitar los contactos con él, incluso a través de llamadas.
-“Ya nos íbamos Joselo”, le dijo Rosendo cuando él se acercaba a la mesa. –“Te dejamos ya pagado un par de tragos”, agregó. Joselo se extrañó de este gesto que provenía de una persona a quien él tuvo que depositar dinero en el banco para que pudiera obtener su “visa americana”.
-“Diablo, esto me faltaba, hasta Rosendo está despreciándome”, murmuró dentro de sí. No obstante su aflicción, se sentó en una mesa del bar y consumió los dos tragos que le habían dejado pago. Luego, retornó a su hogar y se sumió en un profundo pesar, no podía creer lo que le estaba ocurriendo.
Cuando Joselo despertó al otro día, un poco tarde, le esperaba sentado en una silla del balcón de su casa el mensajero de la farmacia donde habitualmente compra sus medicamentos. –“Éste llegó temprano a cobrar, esta farmacia no me da tregua”, pensó cuando vio allí al empleado, quien se limitó a decir, sin embargo, que la administradora quería que pasara por el negocio para darle una noticia.
Cuando llegó, le esperó allí la propietaria de la farmacia, doña Esperanza, y todos los demás empleados. Esperanza se le acercó y le dio un efusivo abrazo, diciéndole: -“Te felicito Joselo, te felicito, se acabaron las penurias…”. Dicho esto, la mujer le manifestó que el boleto de la Loto que había jugado el día anterior, antes de ir al bar al encuentro que organizó Rosendo, había resultado ganador de la suma de 235 millones de pesos.
Joselo, en principio, no lo creía, pero sacó el boleto de su cartera y lo verificó, confirmando que realmente ganó la astronómica suma de dinero en la lotería privada. La noticia corrió como pólvora y llegó a oídos de Rosendo, quien junto a otros “amigos” acudieron a invitar a Joselo a realizar una gran celebración.
Joselo, empero, lo observó detenidamente y luego, obvio, rechazó la invitación y acto seguido pasó a Rosendo el equivalente al pago de dos tragos: –“Excúsenme, ya yo me iba…”, dijo a éste y se retiró raudo hacia la casa de su madre, donde se juntó con ésta y sus hermanos, los cuales celebraron unidos la buena nueva en medio de una gran algarabía.
El autor es periodista.
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