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Adolfina Mejia
junio 12, 2023
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Tres veces primer ministro, dueño de Mediaset y expresidente del equipo de fútbol AC Milan, construyó el relato de la Italia moderna
Silvio Berlusconi tres veces primer ministro de Italia y dueño del imperio mediático Mediaset, el hombre que revolucionó las telecomunicaciones y atravesó cientos de escándalos legales y personales, ha muerto este lunes en el hospital San Raffaele de Milán a causa de las distintas complicaciones cardíacas que arrastraba. El empresario, de 86 años y nacido en Milán, había sido ingresado en varias ocasiones en los últimos tiempos, la última, el viernes. Esta vez, sin embargo, no ha logrado sobreponerse a la leucemia crónica que padecía y mantener más tiempo aquel mito que difundió su médico de cabecera sobre su inmortalidad. Una más de las leyendas que construyeron a uno de los arquitectos de la Italia popular de finales de los noventa y comienzos de este siglo.
Silvio Berlusconi, que tenía cinco hijos y estaba casado en la actualidad con Marta Fascina, de 33 años, ha sido, sin duda, la figura más influyente del último cuarto de siglo en Italia. Y para conseguirlo, siempre supo que debía extender su control a los canales de comunicación y ocio donde encontraría a una gran clase media creciente que dominaría el consumo del país. Fue el empresario que revolucionó la comunicación y la modernización ―para bien o para mal― de la televisión, fundó el primer partido/empresa más basado en las leyes del mercado que en las viejas ideologías ―él sí inventó el eslogan Comunismo o libertad― e instauró una cultura del ascenso y el éxito, del compadreo y el nepotismo, en suma, que caló tan hondo en Italia que hasta Paolo Sorrentino la retrató en un díptico que señalaba a todos los que fueron incapaces de resistir la tentación de ponerse a su servicio a cambio de algo. A un país entero.
Berlusconi unió política, deporte y publicidad en su magnética coctelera y sirvió una exitosa bebida que marcó la pauta para tantos fenómenos que llegarían casi dos décadas después, como el trumpismo. La idea era aquella del hombre rico, hecho a sí mismo y capaz de extender la fórmula de su éxito a la gestión del bien común. Aunque fuera mentira. Por el camino fue imputado en numerosas ocasiones por prostitución de menores y escuchas ilegales, se investigaron durante años sus vínculos con la mafia y el dudoso origen de su fortuna, precisamente relacionado con la Cosa Nostra. Se pavoneó sin rubor de sus amistades con dictadores, alentó el transfuguismo, que convirtió en un modus vivendi de los parlamentarios, contó chistes inaceptables a la luz de la actual corrección política y retorció la Constitución y las leyes italianas como le convino en cada momento.
Inhabilitación política
Al final, sin embargo, fue condenado solo por fraude fiscal, una pena que le costó la inhabilitación política y que marcó el inicio de su decadencia. Pero hasta el último día de su vida, incapaz de señalar a un sucesor en un partido condenado a extinguirse con él, influyó en transformaciones políticas como el reciente ascenso de Mario Draghi a la presidencia del Consejo de Ministros de Italia. E incluso en su derrocamiento.
Berlusconi, hijo de una familia de clase media de Milán, siempre exhibió la bandera del empresario hecho a sí mismo: su madre era ama de casa y su padre empleado de la Banca Rasini. Rápido, simpático y de enormes capacidades retóricas y sociales que le permitieron foguearse como cantante en cruceros en los años cincuenta con su amigo Fedele Confalonieri (actual presidente de Mediaset) y como hábil vendedor de pisos a puerta fría (de puerta en puerta). Y así, llamando a las casas de los italianos y conociendo sus fragilidades aspiracionales, edificó su imperio sobre el cemento de grandes complejos urbanísticos en Milán.
Fuente/El País
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