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Adolfina Mejia
enero 17, 2024
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Por: Emiliano Reyes Espejo
ere.prensa@gmail.com
Una fuerte explosión “que pareció como si se tratara de una bomba”, retumbó y estremeció algunas de las calles de Gazcue, cercanas del Palacio Nacional, según corrillos de estamentos policiales. ¿Explosionó una bomba en las cercanías del Palacio? -una pregunta obligada.
Se informó que la guardia presidencial activó sus mecanismos de seguridad y formó un estrecho cerco en torno al Despacho del presidente. Generales, coroneles y otros militares llegaron presurosos y algo nerviosos a la mansión del gobierno.
Los militares y las patrullas policiales que vigilaban en jeeps equipados con armas de guerra el círculo de seguridad del Palacio se desplazaban a toda velocidad apuntando con sus ametralladoras calibre 50 en todas las direcciones. No estaban seguros de lo sucedido, no sabían de qué se trataba y se guiaban por sus instintos.
La incertidumbre hizo presa de manera inesperada de las mesnadas, y obligó a poner en marcha la cautela, la alerta preventiva y el compás de espera por si sucedía un segundo, tercero o cuarto estallido o cualquier otra cosa que pudiera ocurrir.
La situación había puesto en ascuas a la seguridad presidencial.
Los ciudadanos, en tanto, siguieron sus desplazamientos a pie y en vehículos por las calles del sector, ajenos a lo que ocurría. Al parecer no tenían la menor idea de los hechos, pese a que sin saberlo pudieron estar envueltos en un ambiente delicado de la seguridad del Estado.
No se sabía realmente qué había ocurrido entonces, por allá por el año 1990. Ha pasado el tiempo y todavía no se ha explicado qué aconteció en aquel momento, o si realmente ocurrió y dónde se produjo la explosión. ¿Estalló realmente una bomba cerca del Palacio Nacional? ¿Dónde ocurrió y por qué? Las preguntas sin respuestas todavía pululan en el aire y ni las tibias brisas del trópico caribeño las responden.
La gente conocía que el régimen de entonces, encabezado por el presidente Joaquín Balaguer, tenía sus propios enemigos, incluso en sus propias entrañas. No era solo la oposición socialdemócrata, la derecha insatisfecha y la aguerrida, romántica y soñadora izquierda revolucionaria.
– “Estoy preso aquí en el Palacio de la Policía. Me acusan de tirar una bomba”, dijo Mario con voz entrecortada y llorosa a través de una llamada telefónica que hizo a su madre, Luz Virginia. En principio, ella creyó que era una broma, pero cuando éste insistió en medio del llanto y toda nerviosa, solo atinó a lamentar, irrumpiendo también en sollozos.
– ¡Ay, mi hijo! ¿Qué te hicieron? Mario, un adolescente de años y vivencias incipientes, expresó que no había sido maltratado. En tanto, lo tenían en una celda con esposas puestas, y oficiales, usando palabras soeces e improperios lo amenazaban y acusaban de lanzar una bomba en el Palacio Nacional. A éste se le escuchó llorar por teléfono, con exclamaciones desesperadas, mientras negaba de manera rotunda las acusaciones.
-Lo juro, yo no sé nada de bomba, no tiré ninguna bomba. No sé de dónde sacan eso…me están inventando esa maldad”, decía mientras irrumpía en llantos.
Un poco calmada y con voz casi inentendible, mi esposa Luz Virginia me llamó al trabajo en el otrora Instituto Dominicano de Tecnología Industrial (INDOTEC, ahora IIBI) y me dio la información: –“Tienen a nuestro Mario preso en el Palacio de la Policía, lo acusan de tirar una bomba en el Palacio Nacional…”.
– ¿Queeé…cómo que Mario tiró una bomba? – ¿Cómo que Mario está preso? ¿Qué diablo es eso de que tiró una bomba?, expresé exaltado. En principio no lo creí, me colmó de emoción. Era difícil para mí concebir a Mario realizando una acción de esa naturaleza. Ni en mis tiempos mozos de activista estudiantil en mi pueblo natal. Él, de por sí, tranquilo, jovial, muy empático y amante de la práctica deportiva, especialmente del béisbol, el cual llegó a practicar junto con la estrella de Grandes Ligas, Octavio Dotel. Todavía conservamos en la casa decenas de trofeos ganados en ligas deportivas y equipos de baloncesto.
Me sentí angustiado, se me nubló el pensamiento. Al no tener más informaciones, no sabía cómo reaccionar, a dónde acudir. Mario había sido enviado por su madre a llevarle un regalo a una amiga que cumplía años y que era directora de un departamento de Salud Pública que operó en la calle Dr. Delgado frente al Palacio Nacional. Ésta no sólo era una excelente profesional de la medicina, sino que, además, cónyuge de un ex jefe de la Policía y en ese momento asesor policial del presidente de la República, Joaquín Balaguer.
Desde que recibí la información, procedí a llamar a la amiga para explicarle la situación. Nos pidió que nos tranquilizáramos, que ella se encargaría de resolver eso, que hablaría con su esposo y que todo quedaría resuelto.
También informé a mi jefe inmediato, quien al enterarse comprendió lo delicada que era la situación y se trasladó conmigo al Palacio de la Policía donde realizamos algunas gestiones. Las cosas no eran tan sencillas. A él, que era un reputado funcionario del gobierno y dirigente reformista, apenas le pusieron atención. Nos informaron que el caso era de alta confidencialidad y que en ese momento estaba siendo tratado por la Plana Mayor de la Policía. Se había prohibido a Relaciones Públicas informar del tema.
No nos valió hablar con amigos y acudir a viejas amistades ligadas a los quehaceres policiales. Nos encontramos con un hermetismo total. Nadie quiso tocar el tema y mucho menos intervenir.
El temible capitán Madé
Mario, todavía un imberbe, sin experiencias en estas lides de la vida, estaba encarcelado junto a otro joven en una celda del departamento de antiexplosivos de la Policía. Allí eran sometidos a constantes interrogatorios por el entonces bien conocido y temido capitán Madé y otros oficiales, quienes según nos narró el propio Mario, los mantenían esposados y los sometían a fuertes preguntas y acusaciones:
– ¿Dinos por qué tiraste esa bomba? ¿Cuáles son los otros que estaban contigo? ¿Quiénes te mandaron a tirar la bomba?
-Habla, habla, que te vamos a soltar. – ¿Qué ustedes querían hacer, tumbar al gobierno, hijos de puta…? -insistían.
Mario no tenía respuesta y solo decía, como era cierto, que no sabía nada de ninguna bomba. Lo separaron del otro joven y luego regresaron diciéndole que su compañero lo había delatado, un truco clásico en los interrogatorios policiales que uno ve con frecuencia en las películas norteamericanas.
Avanzó la tarde y llegó súbita, desesperante la oscuridad de la noche. No teníamos ninguna información específica. El asesor policial del Poder Ejecutivo llamó en más de una ocasión para que soltaran a Mario, pero la Policía hizo caso omiso.
Insistimos en las llamadas a la funcionaria, ésta nos confirma que su esposo había llamado por tercera vez para ordenar que lo soltaran y no se conseguía. Entonces el alto oficial militar, de la Marina de Guerra, conversó amablemente conmigo por teléfono y me preguntó si no me habían entregado a mi hijo, le expliqué que no. La noche seguía avanzando y yo no sabía nada de Mario.
– “Ok, está bien, me dijo. Ya terminé una reunión con el Señor presidente de la República, voy para allá…vamos a ver si no lo van a soltar”.
–“Espérame en la escalinata del Palacio de la Policía”, agregó. Lo esperé allí y cuando llegó me saludó con mucho afecto y me dijo que todo se resolvería.
– “Ven, acompáñame”. Le seguí atrás y entró al despacho del jefe de la Policía, y siguió a la sala donde estaba reunida la Plana Mayor. Cuando entró, todos los generales presentes se pusieron de pie y le hicieron el saludo correspondiente. Él explicó brevemente el motivo de su visita y el jefe de la Policía señaló que, en ese momento, precisamente, analizan el referido hecho.
– “Vine a buscar el preso ¿dónde lo tienen?”, precisó. Le señalaron que estaba en el departamento de antiexplosivos. A seguidas se despidió de los altos oficiales de la Policía sin dar mayores explicaciones. Nadie puso reparo, ni explicó nada.
–“Sígueme”, me dijo nuevamente el alto oficial militar. Lo seguí y caminamos por los pasillos hasta llegar a la celda donde tenían a Mario. Dio una orden al custodio para que abriera la puerta y entró, personalmente, a llevárselo. Salimos y cuando estábamos a la salida del edificio de la Policía fue que volvió a dirigirme la palabra:
– “Ya su hijo está suelto, lléveselo a su casa”. No esperó que le agradeciera aquel gesto cargado de nobleza, bondad y bonhomía. Me dijo que andaba rápido y que volvía al Palacio Nacional a otra reunión, que informaría al presidente Balaguer sobre la solución de este caso.
Mario durmió en su casa esa noche, gracias a Dios. Nunca se le formuló ningún cargo ni por ese ni por ningún otro problema de índole policial.
Cuando estábamos en la casa pregunté a Mario cómo había ocurrido todo, y éste me narró:
– “No sé. Yo llevé el regalo a la amiga de mami que cumplía años. Lo trasladé en una funda para que no se maltratara el envoltorio. Ella recibió el obsequio con mucho agrado y yo me devolví con mi funda para la casa”.
Y agregó:
–Cuando iba de regreso me interceptó una patrulla policial, los policías hicieron un aparataje, rastrillaron sus armas y me apuntaron. Escuché que dijeron: aquí está el que tiró la bomba. Yo no sabía de qué bomba me hablaban…”.
Mario relató que le arrebataron la funda y lo subieron violentamente al vehículo policial. Cuando llegaron al Palacio de la Policía insistían en que había sido él quien había estallado una bomba y que la funda probaba que yo llevaba allí escondido el artefacto.
Aunque caminaba por el entorno, no escuchó ninguna explosión, dijo. Nadie más, ni siquiera la prensa nacional muy activa en esos tiempos, había hablado hasta el sol de hoy de la susodicha bomba que puso “nerviosa” a la seguridad del Palacio Nacional.
¿Era una bomba fantasma, inventada por alguien? ¿O fue que se trató del estallido de un viejo neumático de algún camión que pasó por el lugar? Ojalá alguien me explique.
Me enteré después de que fue el propio presidente de la República, Joaquín Balaguer, que, al ser informado del hecho por su asesor policial, quien dio instrucciones para que soltaran a Mario. El otro joven, según supe luego, fue enviado al Penal de La Victoria…
El autor es periodista.
Emiliano Reyes
www.ereprensa.blogspot.com
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