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Adolfina Mejia
febrero 10, 2024
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Por: Katherine Espino
Santo Domingo. - Dice el refranero popular que el corazón de la auyama sólo lo conoce el cuchillo. Y esto ocurre con Ana, una mujer que en sus 50 años de vida se ha convertido en la madre protectora de muchos, pero su encantadora sonrisa oculta una verdad que carcome su corazón de sólo recordarla.
Han pasado 25 años y aún mantiene vivo el momento en el que descubrió que su esposo embarazó a su hija de apenas 10 años de edad.
Al hablar de ese lamentable instante para ella, el cielo se le torna gris; la tristeza se apropia de su semblante y un nudo en su garganta no le permite continuar con el relato, al menos por unos minutos.
El dolor que transmite en cada suspiro se desliza en forma de lágrimas por sus sonrojadas mejillas. Esta es una historia real y aunque lo narrado hasta este punto parecería ser suficiente para el guión de una película de terror, es sólo la punta del iceberg, pues la secuencia de desgracias de Ana se remonta mucho más atrás.
Tras quedar en orfandad y en la calle, Ana buscó protección uniéndose en una relación de concubinato con el padre de sus hijos con apenas 15 años, pero confiesa que ni la pérdida de sus padres ni los golpes de su cónyuge le dolieron tanto como enterarse del abuso sexual contra su hija.
Ana cuenta que cuando intentó buscar apoyo moral, algunos parientes de su pareja la tildaron de “loca”, su suegra guardó silencio, pero su cuñado confesó la verdad.
Era un patrón que se repetía, nadie se atrevió a denunciarlo, pues esto suponía una gran “vergüenza”.
En su adolescencia el marido de Ana abusó en varias ocasiones de su hermana, y su otro hermano también violó a su primera hija. A medida que Ana recibía información sobre la “normalización” del abuso sexual de menores en la familia de su pareja, comenzó a atar cabos.
“Entendí a qué se debía su interés sospechoso por ‘cuidar’ a la niña cuando me iba a trabajar, aunque siempre busqué la manera de que no sucediera; algo me decía que no era normal que me obligara a tener intimidad y que también despreciara a nuestro primer hijo sólo por ser varón”, reflexiona.
Trastorno no tratado
Como ella, muchos se preguntan: ¿qué lleva a un padre a cometer esa acción? En palabras del psicólogo José A. González en la formación de un abusador sexual de menores pueden influir múltiples factores que predispongan a esta conducta, como una propia historia de abuso, desarrollo psicosexual deficiente o distorsionado, trastornos mentales graves, falta de desarrollo de empatía y trastornos neurológicos.
Sin embargo, estos factores no determinan del todo que el sujeto asumirá esta conducta. Ahora bien, el psicoanalista añade que similar a cualquier agresor sexual de menores, el padre que abusa sexualmente de un hijo puede presentar tendencia a la pedofilia así como una combinación de factores psicológicos, ambientales y sociales, además de una dinámica de poder y control.
Esta alteración en la salud mental está asociada a una dificultad psicológica primaria como el apego, relaciones interpersonales, conceptos familiares y estructuración psíquica que debe ser tratada.
Consecuencias
El daño psicológico en un niño víctima de violación sexual es mayor cuando el agresor es uno de los padres; en él se crea una confusión entre el bien y mal, pues el abuso proviene de alguien que ama. Otras de las consecuencias psicológicas son la ansiedad y la depresión postraumática.
Castigo
A lo largo de su carrera profesional la abogada Katherine Matos, especialista en derecho de violencia intrafamiliar, ha comprobado que por lo general las víctimas de violación sexual no denuncian al maltratador debido al miedo paralizante que les invade por las amenazas que reciben de él.
No obstante, las personas cercanas a la víctima pueden identificar las señales de abuso cuando esta presenta cambios en su comportamiento.
La jurista expone que agresión sexual es todo acto no consentido que genere placer sexual en otra persona, como una caricia en las partes íntimas o incluso sujetar el cabello de forma sensual y esto puede ser sancionado con pena de uno a cinco años de prisión, dependiendo si es cometida por una persona con rango de jerarquía sobre la otra (jefe, sacerdotes, doctores, etc.).
En cambio, se considera violación sexual cuando existe penetración física, la cual puede ser sanciona con penas de hasta 20 años de prisión.
Solución
Ana quizás no pudo evitar que su pareja abusara de su hija, ni lo denunció porque no contaba con las herramientas jurídicas actuales para enfrentarlo sin que esto implicara arriesgar su vida.
Pero lo que sí logró al separarse de su esposo fue romper con un patrón, que por no ser tratado a tiempo, amenazaba la estabilidad y funcionalidad de su familia.
Ahora que alcanzó cierta madurez exhorta, igual que los especialistas, a estar alerta ante las señales de abuso sexual en menores y denunciarlo a fin de cortar el círculo de la violencia.
Flagelo social
—Rango de edad
La Oficina Nacional de Estadísticas registra hasta el año 2018 que en el país el 79 % de mujeres de 15 años y más ha experimentado algún tipo de violencia a lo largo de su vida o en la relación de pareja actual o anterior.
Factores socioculturales invalidan a las víctimas
Silencio. Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), en el país un 29 % de las víctimas de delitos sexuales reportados son menores de edad.
Pero, no todos los casos son denunciados, pues factores socioculturales influyen en la reacción de la familia.
El machismo falocéntrico influye en la devaluación de la veracidad del discurso del niño, así como el miedo a la vergüenza, conflictos y desconocimiento son limitantes para afrontar la situación. Especialistas exhortan a abordar el tema con empatía, pues cualquier dato importa para la sanación de todos los involucrados.
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